Hace 12 años obtuve mi matrícula de mandataria, pero los comienzos no fueron fáciles. El curso que realicé fue muy breve y, lejos de aclarar mis dudas, me dejó aún más confundida. Aprendí a fuerza de errores, recibiendo malos tratos y repartiendo volantes en la calle, sin saber a quién acudir cuando tenía preguntas. Muchas veces, al consultar en el registro del automotor, me decían que como mandataria debía saberlo todo, y no encontraba un espacio de apoyo o intercambio. Siempre soñé con encontrar un grupo donde poder consultar, compartir experiencias y ayudarnos mutuamente, con humildad y respeto. 
Durante la pandemia, la vida me puso a prueba una vez más. Cerré mi oficina para cuidar a mi familia —mi marido contrajo COVID dos veces y mi hijo era muy pequeño— 

Una amiga me convenció de abrir una cuenta en Instagram. A pesar de mi resistencia inicial a aprender una nueva red social —yo estaba casada con Facebook—, pronto descubrí un mundo de personas que desconocían la importancia del mandatario del automotor. Empecé a compartir casos reales: estafas, compras de autos con documentación falsa, chasis o motores adulterados, deudas ocultas… Sentí la necesidad de alertar y educar a la gente para que no cayera en esos problemas, muchos invertían todo lo que tenían en un vehículo para usar con sus familias o para trabajar, y lo perdían todo.
Empecé a  atender de manera virtual. Fue entonces cuando descubrí el poder de delegar y de trabajar en red: empecé a guiar a otros mandatarios, seleccionando profesionales con matrícula vigente en distintas provincias y acompañándoles en cada trámite que yo les encargaba. Así, logré formar un equipo de mandatarios altamente capacitados a lo largo y ancho de Argentina. Hoy, aunque mi base está en la provincia de Buenos Aires, puedo gestionar trámites en cualquier punto del país, asegurando a mi cliente una atención profesional, cercana e individualizada.

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Con el tiempo, muchos seguidores —mandatarios como yo— me escribían para decirme cuánto les ayudaban mis explicaciones, que lo ponía de una forma sencilla y didáctica, y me preguntaban si no les podía enseñar. Eso siguió por varios años, hasta que decidí hacerle caso a estas señales del universo.

Decidí enfrentar mis miedos a las cámaras y hablar adelante de muchos y me animé a dar mis primeros cursos en vivo por zoom. La respuesta fue tan positiva que los participantes querían más: buscaban un espacio para seguir aprendiendo, compartir dudas y experiencias, y sentirse acompañados.
Así nació el Club de Mandatarias, una comunidad única donde los mandatarios matriculados pueden acceder a cursos grabados, soporte personalizado y, sobre todo, el apoyo de colegas de todo el país. Más allá de la formación, se formó una verdadera familia registral, donde todos crecen, aprenden y se respetan, y donde incluso nacen amistades.